El año pasado, pasado reciente, se fue mi mamá. Dolor, tristeza, ausencia, una silla vacía y tantos otros vacíos y los recuerdos. Recuerdos propios, de hermanos, marido, cuñados, hijos, amigos, sobrinos, primos, tíos, gente querida y de ilustres desconocidos que formaban parte de su mundo y acercaron su amor y sus pedacitos de historia para armar ese enorme y variable rompecabezas que es la vida y que con una sola memoria nunca está completo. Amigos que hicieron magia.
Las cosas. Muchas cosas. Aparecidas, desaparecidas, aún en búsqueda, como la estampilla dibujada por mi hermano y una de las dos mantas que estaba cosiendo en paralelo. Útiles o de utilidad desconocida, al menos para ojos cansados de verlas pasar en abrumadora cantidad. Algunas largamente guardadas por generaciones, otras recientes. Extraordinaria y cotidianas. Hilos, telas, bordados, papeles, mosaicos, herramientas. Obras terminadas y sin terminar. Libros. Fotos. Plantas. Planes. Tesoros. Mensajes. Presencia.
Dibujo de Belén |
Tranquilidad de que hicimos todo lo que viene después a su manera. Solamente le debemos y nos debemos la fiesta. Aunque pensándolo bien le debemos y nos debemos mucho más que eso.